domingo, 3 de mayo de 2009

La guerra cultural

Poco o nada hay en común entre un auténtico agente de la CIA y la imagen que Hollywood nos ha transmitido de ellos a través de las pantallas de cine o de TV. El perdonavidas duro y frío, pero con principios morales, que el británico Ian Fleming describe en sus célebres novelas, no encaja con los personajes que empezamos a conocer gracias a la documentación secreta a la que hoy tienen acceso los investigadores. En realidad, esto no es extraño. En el contexto de la Guerra Fría se convirtió en una necesidad que los agentes secretos contaran con la simpatía del gran público. Para lograrlo los voceros de la comunicación de masas se esforzaron en dibujar un perfil que encajara con lo que el imaginario colectivo podía aceptar como héroe contemporáneo: un hombre medianamente joven, atractivo, defensor de los valores de la libertad y capaz de dar la vida por sus semejantes. De acuerdo con ese estereotipo, su papel consistía en enfrentarse con un enemigo brutal y desalmado que, invariablemente, se proponía destruir el “mundo libre” y los valores de Occidente.

La realidad ha sido, y es, bien distinta. Esos personajes épicos que han inundado las salas de cine, la TV, la novela, los comics y, como consecuencia, nuestra propia imaginación, nunca han existido.

Las actividades de la CIA se nos han mostrado como una confrontación en la que los diferentes servicios de inteligencia se batían cruentamente en una batalla entre el bien y el mal. De esta forma se creó una ficción nada inocente que trataba de camuflar otras tareas menos confesables. Hoy, sin embargo, ya se dispone de suficientes datos para afirmar que, en muchas ocasiones, los creadores de esa realidad distorsionada formaban parte de los mismos servicios de inteligencia que caricaturescamente pretendían representar en los medios de comunicación.

Contrariamente a la imagen que se ha confeccionado de la CIA, la función que le otorgaron sus patrocinadores originarios, no era primordialmente estratégico-militar. Su objetivo consistió, desde el principio, en ganar la batalla de las ideas. Si el Fondo Monetario Internacional, el Plan Marshall y el Banco Mundial se convirtieron en los instrumentos económicos que los Estados Unidos utilizaron a partir de 1945 como muro de contención contra el avance de los movimientos de izquierda; la Agencia fue la herramienta que permitió vencer las resistencias ideológicas que colisionaban con los propósitos norteamericanos de hegemonía mundial Hoy se encuentra ampliamente documentado como la CIA no escatimó ningún recurso para alcanzar sus objetivos de dominio ideológico. Se compró la conciencia de destacados intelectuales aparentemente intachables. Se sobornó a líderes sindicales para que pusieran freno a los sectores más radicales del movimiento obrero. Se crearon decenas de revistas de cultura y arte en las que, desde una perspectiva aparentemente “neutral” y “libertaria”, se atacaba y desprestigiaba a los intelectuales más comprometidos con su tiempo. Y cuando la trama de la corrupción no resultaba suficiente para imponerse, se preparaban las condiciones para el golpe de estado y el asesinato del enemigo.

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